
Se rompen las copas
de la madrugada.
Empieza el llanto
de la guitarra.
Es inútil
callarla.
Es imposible
callarla...
Federico García Lorca.
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Noche de primavera. El olor a jazmín entra por mis ventanas abiertas inundando la habitación. Me acerco a las rejas y miro los tiestos con los geranios florecidos, en explosión de fucsias, rojos, blancos y salmón.
Noche en Sevilla, donde los olores se mezclan creando un romance anónimo sin palabras, que vuela por el aire para quién quiera escucharlo.
Hay alguien cantando sus penas al compás de una guitarra. Son palabras que van saliendo poco a poco de su alma, y que llegan hasta mi corazón, despertando sentimientos dormidos.
Y mi alma también se despierta y sin darme cuenta, en la penumbra de mi habitación, en la que sólo entra el reflejo de la luna, mis brazos se van levantando, como el vuelo de una paloma, y mis pies avanzan en un baile gitano, donde todo mi cuerpo se cimbrea al son de la guitarra y de los sentimientos que en forma de movimientos van saliendo de mi alma.
Y cierro los brazos en torno mío abrazándome para consolar mi pena y los levanto haciendo girar mis manos para librarse de las cadenas, y mis pies desnudos, taconean sobre el suelo sacando mi rebeldía.
Todo al ritmo de mis sentimientos que se han unido al rasgueo de la guitarra.
La luna me contempla y el olor a jazmín y madreselva se han hecho más intensos.
Mis movimientos se hacen más lentos y cesa el lamento al mismo tiempo que yo, cansada, bajo mis brazos.
Sigue la penumbra en mi habitación, me siento y cierro los ojos. Mientras, en algún lugar, suena una canción que hace estremecer mi alma arrancando lágrimas a mis ojos.
Llora una guitarra…
Malena