Con el alma desnuda.

A veces actuamos de una forma que no habíamos previsto y nos encontramos haciendo lo que el subconsciente nos estaba pidiendo a gritos. Todo era normal. Todo según lo pactado conmigo misma antes de salir de casa. Iría a Correos y a la vuelta me acercaría a comprar la fruta que ya escaseaba en el frutero de la cocina, pero no fue así.

Al volver de certificar las cartas y llegar a la Plaza Artós, mis pasos se aceleraron y sin saber por qué lo había hecho, me encontré sentada en un banco de la iglesia de San Juan Bosco.

Dejé mi bolso en el suelo. Necesitaba sentirme cómoda. No había nadie que rompiera aquel silencio y soledad y me sentí bien. Delante mía, una imagen de la Virgen con el Niño en brazos y unos cirios encendidos que hablaban de que alguien más había entrado a hacer una petición.

No recé ninguna de las oraciones que me habían enseñado de pequeña, solamente mis ojos se fijaron en la imagen y en aquel momento, todos los disfraces, todos los mecanismos aprendidos para vivir en este mundo, cayeron abajo y me sentí desnuda y vencida. Una desnudez del alma que me hizo decir: "Aquí estoy, cansada de la batalla que es la vida, de ser una leona para proteger a los míos, de luchar contra las adversidades que surgen en la vida" y sentí mi cansancio muy hondo... como un peso que me hacía daño y pedí fuerzas.

Vi como por mi mente iban pasando las imágenes de los seres que amo. Sus sueños, sus esperanzas y volví a pedir para que se realizaran, para que estuvieran siempre protegidos aunque yo no estuviera para pedir por ellos.

Me quedé en silencio y sentí como unas lágrimas iban resbalando por mi rostro, pero al mismo tiempo mi alma fue recibiendo caricias y consuelo. Busqué un pañuelo en mi bolsillo y me enjugué las lágrimas mientras sentía como las fuerzas iban entrando nuevamente en mi corazón.

Dirigí mi mirada agradecida hacia la imagen y en aquel momento comprendí el porqué mis pasos me habían llevado hasta aquel sereno lugar.


Malena