
.......No pregunté nada porque veía la decisión en sus actos y me dejé llevar. Caminamos en dirección a las casas que alegraban la vista, pues sus puertas y ventanas eran de vivos colores, y al llegar, mi pequeño gnomo empezó a saludar a sus habitantes.
La señora Ailish, la carnicera, con su coqueto gorro en la cabeza y su delantal blanco salpicado de flores, levantó la mano detrás del mostrador saludándonos. Al lado de la carnicería había otro establecimiento y sobre su puerta un rótulo en el que se leía: “Botica” y dentro en unas estanterías de madera se distinguían potes de porcelana blanca en las que estaba escrito con letras azules el nombre de las diferentes medicinas y allí Shawn, el boticario, preparaba las fórmulas magistrales que le había encargado el doctor Etinarcadia. Aquel a quien todos querían por su forma de tratar a los enfermos.
Junto a la plaza, donde una pequeña fuente lanzaba cinco chorros de agua que subían y bajaban caprichosamente, los niños jugaban a las canicas o al corro con la linda profesora Avalon que jugaba con ellos como una niña más.
La tarde está cayendo y Kearan enciende los candiles que alumbran la taberna dándole ese sabor mágico y especial que hace que las charlas sean amenas e interesantes y en la que todos participan.
Los niños se recogen mientras el agua de la fuente sigue con su juego y los pájaros dejan de cantar para empezar su sueño en las ramas de los árboles que rodean la plaza.
Las luces de las tiendas se van apagando y el humo de las chimeneas anuncia que las cenas ya se están preparando.
Todos se van despidiendo y solo se oyen las voces de los parroquianos que van a hacer su charla en la acogedora Taberna del Irlandés.
El sol se pone y las farolas se encienden una noche más, en Calle Quimera.
Malena