
La tarde es primaveral, el sol juega con unas pequeñas nubes y no he podido ni querido reprimir mi deseo de bajar a la playa.
Al llegar a la arena me he quitado los zapatos para sentir el contacto de mis pies con ella.
Hay un grupo de gaviotas que contemplan algo o simplemente descansan y con gran tranquilidad y descaro ni siquiera se apartan a mi paso.
Las olas rompen suavemente en la orilla dejando ese rumor que les acompaña, y yo, me siento a poca distancia de ellas y acerco mis piernas al pecho abrazándolas para en esa postura contemplar la inmensidad del mar.
Pasa el tiempo pero yo no lo noto absorta en la contemplación.
Oigo pasos pero no vuelvo la cara y alguien se sienta cerca de mi, a unos escasos metros. Con prudencia no exenta de curiosidad, giro mi cara y me resulta familiar la imagen, no porque la conozca sino porque su estilo es muy similar al mío: melena suelta, tejanos y camisa por fuera de ellos.
Sus pies descalzos tambien tocan la arena. Dos mujeres frente al mar.
Sucede algo que me hace sentir que una extraña relación me ha unido a ella.
No la miro pero sé a ciencia cierta que las lágrimas están rodando por su rostro. Unas lágrimas que hacen que mi corazón se llene de dolor.
Y así, sin saber como, ni por qué, se estableció un mudo diálogo entre las dos. Hasta mí llegaban sus por qués y su necesidad de consuelo, y de mí salían las palabras que leí algún día en algún lugar y que en su momento habían tocado mi alma utilizándolas yo ahora para consolarla.
" Jamás permitas que tus ojos derramen lágrimas por alguien que nunca te hará sonreir.
No permitas que tu tiempo sea desperdiciado con alguien que nunca tendrá tiempo para tí.
Jamás creas que alguien pueda volver cuando nunca estuvo presente.
Jamás permitas que tus pies caminen en dirección de un hombre que solo vive huyendo de tí.
Jamás te permitas estar horas esperando a alguien que nunca vendrá aunque te lo haya prometido.
Jamás permitas ponerte linda y maravillosa a fin de esperar un hombre que no tendrá ojos para admirarte.
Y sobre todo, jamás permitas perder la dignidad de mujer"
Sus lágrimas cesaron y se oyó un profundo suspiro que me hizo sentir en paz. Las olas seguían trayendo su rumor y las gaviotas graznando elevaron el vuelo hacia el cielo.
Se levantó, se sacudió la arena de los pantalones y se ahuecó la melena. Me miró por primera vez y me sonrió.
No pude contestar. No pude moverme. La imagen que me sonreía...era yo.
Malena