
Miro la hoja en blanco y pienso en aquellos momentos en los que el bolígrafo corría por el papel derramando sentimientos de ternura, de magia y de paisajes encantados.
Y los echo de menos, mientras mi mano con una parsimonia no habitual en ella, va dejando retazos de una calma llena de tristeza.
Tristeza contra la que me rebelo pero que en estos momentos es mi fiel compañera. Tristeza a la que no quiero mimar para que no eche sus raices en esta alma.
Cierro mis ojos y voy dando forma a esas hadas que tantas veces me han acompañado y que están a la espera de que con un movimiento de mi mano las haga nuevamente volar.
Y yo, mientras, recordando a aquel olmo viejo del Duero, hendido por un rayo, de mi siempre admirado Antonio Machado, escribo sus letras haciéndolas mías y esperando también el milagro.Os echo de menos.
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas le han salido.
El olmo centenario en la colina...
Un musgo amarillento
le lame la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
Antes de que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta.
Antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Antonio Machado